EL AMPARO
Poco, nada se puede hacer
con el árbol de todos los días,
pleno y su mundo
ante la consumación de la tarde.
De adentro viene su sombra
y cae sin saber
por el ahí, el más lejano,
al otro de cualquier tiempo.
Ni siquiera una metáfora
para esa alfombra de yuyos;
¡si fuera Wallace Stevens!,
apenas me sale un gargajo.
Nada que no sea el estar
en el amparo de su presencia.
O levantar la cabeza y ver
la señales secretas de la fronda.
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