EL APENAS ALGO
Antes del perdido en mí,
caigo al vértigo del cenicero
y resbalo por sus bordes
hasta las hendiduras del mero estar.
En el rincón de los rincones
esa nada que también respira,
y las paredes y la impaciencia,
la pulpa de las tripas de otra cucaracha.
Pero todavía el más adentro
sigue demasiado lejos y sordo,
mucho más que el suspiro,
ese fondo vacío al chupar el mate.
Ya no se puede detener
a los deícticos en las figuras del humo,
ni aspirar sus llagas transparentes
o dibujar la mueca muda en la ventana.
Y al final, como siempre
solo queda el apenas algo...
como el árbol de todos los días:
estos versitos inútiles del único consuelo.
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