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Viejo y sordo, después de soportar los vientos de la catástrofe, el ángel de Paul Klee permanece inmóvil, sentado en el sillón de su propia desolación. Solo a veces mira la televisión, pero nunca entiende las noticias. Así que prefiere contemplar la pantalla apagada, gris, reconocer allí su rostro y esperar que alguien, alguna vez, logre pintar resignado ese cuadro: el fracaso de la redención.
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