jueves, 22 de marzo de 2018

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Al hombre lo encontraba las tardes de verano entre la arboleda de la plaza. Sentado en algún banco, apenas me tomaba un descanso en la lectura; él aparecía. Siempre educado solicitaba permiso para conversar un rato, muchas veces traía una Quilmes.Aunque solo decía tener cuarenta años -parecía el doble-, el hombre había conocido todo el mundo. Me contó de Holanda, Londres, Praga, Alemania, Camerún.. Amaba el sur de España; a veces, se animaba a cantar, y sonreía satisfecho. Recién entonces me pedía un cigarrillo. Luego, cordialmente, nos despedíamos. A pocos metros ya era difícil verlo, tan delgado parecía una ondulación en las sombras.Al llegar los primeros fríos del otoño, no volvió a aparecer; y ni siquiera -¿por qué?- le había preguntado su nombre. Inútil, intenté averiguar, busqué, y me resigne a leer en soledad. Por fin, hace un par de semanas, lo encontré: una silueta inmóvil entre diarios y mantas sucias bajo el árbol más alejado. El hombre había conocido todo el mundo; todavía, algunas tardes, converso con él. Me gusta oírlo cantar.

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