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Todas las mañanas, poco antes de las nueve frente al supermercado de los chinos. Ya viejo, sucio, demasiado flaco, apenas una sombra, y la bolsa con las botellas colgada de un hombro. Cuando tardan en abrir, camina de un lado a otro, lento, sin dejar de mirar la puerta. Entonces no hay dudas, todavía está vivo. Solo se lo ve durante esos minutos y al irse encorvado, apurando el paso, a su casa. No sé si es un borrador de mi alma o un pedazo de papel, lleno de tachaduras, olvidado, que espera caer en el tacho de la basura.
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