miércoles, 28 de marzo de 2018

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El desierto sin salidas en las calles del barrio. Veredas y casas mudas, autos solos, ni siquiera algún perro escarbando en las bolsas de basura. Durante la siesta del domingo el aire disuelve los rastros de vida, cualquier movimiento es un espejismo. Pero en algún lugar que desconozco tiene que haber un kiosco para comprar cigarrillos: la salvación. Quizás al otro lado, al cruzar la ruta; o, quién sabe, al doblar en la esquina puede aparecer una ventana tramposa con alfajores, pastillas, un cartelito y la flecha para señalar el timbre. Aunque da igual, lo más importante es caminar sin rumbo, apenas una ilusión; tal vez los dioses me ayuden y logre perderme y puede saborear otro humo, lejano, escapar por la primera vez de este laberinto.

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