A LOS PUESTEROS DE CATÁN
A los costados de la Estación de González Catán
los puesteros zombies venden sus días
o sogas con piedras para los inundados.
Solo respetan ese antiguo olvido del arte:
se cortan las orejas hasta aturdir con las ofertas.
A veces matan a las mariposas a gargajos
mientras miran el reloj detenido en el andén, burlón.
Y todas las noches sueñan un gran tren
con una dentadura gigante que arranca las vías,
aplasta sus cacharrros y despedaza al mundo.
Así, más o menos, son las caras de los puesteros,
sin moralejas, ahí, como si realmente estuvieran vivos.
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