A SILVINA OCAMPO
Entre las criadas de la casa,
en un rincón, escondida, aprendía el placer del pecado.
Después se escapaba,
necesitaba compartir esos secretos prohibidos.
Ella prefería a ese chico,
el de los pelos y los pies más sucios.
A pesar de los retos
y las clases de francés, callaba y era feliz.
Para conformar a su linaje,
simulaba escribía versos, ingenuos, tan aburridos.
O se miraba en el espejo,
ajena, extraña, delicada y monstruosa.
A veces, desde la terraza,
apenas se asomaba y escupía a su hermana.
Pero al llegar la noche
su fantasía no podía dormir, crecía y liberaba sus manos.
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