viernes, 24 de noviembre de 2017

67

Él pensaba en la tristeza de los vampiros,
hacía un bollo con la piel sucia
y lo metía en el lavarropas;
solía perderse así, inmóvil,
por culpa de tantas películas,
casi todas absurdas y viejas,
mientras veía sangre en la espuma.
Después, al colgar los pellejos,
no podía evitar insultar al sol,
pisarse sus propias tripas
y acariciar el silencio de la soga
para volver al sitio más oscuro, su sombra.

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