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Por esos desvíos insólitos de la vida,
después de leer el evangelio,
él aprendió a multiplicar los peces.
No lo asombró su don,
tenían un olor espantoso...
y prefirió venderlos en el barrio.
En pocos años comprendió al mundo,
arrojó sus redes al mercado
y naturalmente monopolizó el negocio.
Así se lleno de dinero y ahora,
lejos de los brillos del mar,
solo hace milagros con las finanzas.
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