lunes, 20 de noviembre de 2017

42

No sé por qué me acordé de esa perrita,
la de la humilde Chiquillada,
y me puse contento y la canté como Favio.
Pero después, ay, cuando salí,
mientras caminaba la Estación de Catán,
la vi en el playón: una sombra
solita entre el ir y venir de los colectivos.
Tan temerosa, sucia, puro costillas,
la mirada todas las súplicas...
No estaban los pibes jugando al fútbol,
solo cuerpos cansados y casi ciegos.
Culpé al tiempo, a la memoria,
aquellos años en los que era inocente.
Resignado, me fui a esperar al 620,
¿qué se puede contra la derrota?
Ningún perdedor se la podía llevar a casa.

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