miércoles, 15 de febrero de 2017

EXCRITURA DE ANTONIO DI BENEDETTO

En el altar, el sermón declina las llamas de la cruz,
él se anima y crece otro dolor.

Aballay es la andanza de una mera sombra,
un bulto quieto, apenas remordimiento.

Los anacoretas, solitarios, vivían en la altura,
a lo más, la compañía de un animal.

Ahora solo le queda el andar en la penitencia,
no se le perderá esa mirada, esa sangre.

Ese gurí que lo vio matar, esa noche, borracho,
Aballay decide despegarse de la tierra.

No desmontará jamás de su caballo y el desierto,
así, solo espera el perdón de su muerte.

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