martes, 8 de noviembre de 2016

RAMONA

Al abrir la puerta de casa, te vi escarbando la basura y me miraste. Con un buen pedazo de carne te invité a pasar y te llamé Ramona. Pero, maldito Dios, al rato vomitaste todo y ya no hubo solución, nunca.
Algo te impedía comer, y fui a varios veterinarios y nada. Aunque te trituraba los alimentos, no: no tragabas, solo tus ojos marrones y tus saltos, increíbles. A mí que nunca me gustaron los galgos, me enamoraste.
Claro, esa era la única explicación para que te dejaran, tan hermosa. Ese hocico largo, tu pelo negro y brilloso, tu suave bondad. Aun siento las caricias agradecidas de tu lengua.
Aguanté lo que pude, dos o tres meses. Y tu amor era purísimo y a veces podías correr y cada vez más flaquita. No soportaba que me vieras llorar: vomitabas, temblaba todo tu cuerpito.
No tengo perdón, Ramona. No supe qué hacer, me desesperé y decidí lo peor. Juntos una madrugada nos alejamos en el auto; me mirabas. En una calle desierta, abrí la puerta y te abandoné...y saltaste, corriste. Todavía te veo en el espejo, todavía. Me maldigo, lo merezco, y por siempre.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario