jueves, 10 de noviembre de 2016

HERIDAS DE LOS MUNDOS

Tampoco hay rostros amigables en el enorme supermercado internacional, solo son carritos apurados y nerviosos. Por suerte, nadie advierte la sangre partida en mis labios. Algo mareado, recorro muchos pasillos, todos tan limpios, tan alejados de cualquier mundo. Lástima que no hay ningún tacho para escupir, así que trago y otra vez me duelen los dientes.
Al fin, en el fondo, encuentro el alcohol y el paquete de vendas. Casi nadie en la fila; pocos llevan pocos productos. Al pagar la cajera me pide cambio. Yo no tengo cambio, le respondo, y no entiende la broma. Antes de irme vuelvo a mirar con más atención, desde adentro hasta evaporar los detalles: ya no veo personas, veo miles de cosas y siento ganas de emborracharme y volver a pelear.

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