EXCRITURA DE HAWTHORNE
No es verdadero el dulce final del relato:
Wakefield jamás volvió a su hogar.
En la ciudad, como otro simple solo,
poco a poco se acostumbró a la deriva.
Cuando aparecía su reflejo en las vidrieras
ya no se reconocía, sentía una amenaza.
Todo en él -o nada- era un vacío ajeno;
y lloraba al escribir su nombre en las paredes.
A su alrededor apenas pobres fantasmas
o espejos muertos de su ser alguien.
Sin darse cuenta, un día cualquiera,
en un baldío, desapareció de sí y para siempre.
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