jueves, 3 de noviembre de 2016

DON ROJAS, EL SANTO DEL BARRIO

En el refugio del 621 -ahora 620-, en la esquina de Terrada y Figueroa Alcorta, vivió durante muchos años Don Rojas con sus tres o cuatro perros flacos. A las noches colocaba una cortina de arpillera para que nadie lo molestara, y él dormía o pensaba o dialogaba con algún ángel caído. Pero no como el de García Márquez; uno de verdad, sucio y abandonado como él.
En sus gestos nunca aparecía la tristeza y hasta le gustaba hablar en inglés: good morning, decían sus dientes podridos a cualquiera, a cualquier hora. Su familia, que tenía su casa a un par de calles, no lo entendía o se avergonzaba de sus sacos destruidos y sus zapatos sin suela. Para alimentarse le alcanzaban las sobras de los vecinos del barrio, lo que sea, y andaba sin apuro y, a veces -yo lo vi- le daba miguitas a los pajaritos de la plaza.
Será por eso que a veces, a pesar del paso del tiempo, aunque tenga que caminar varias cuadras, voy a su refugio a esperar el colectivo. Ya no queda nada de sus pocas cosas, ni rastros de sus mantas pulgosas o sus medias agujereadas. Y muy pocos se acuerdan de su figura transparente y sus costras de mugre. Pero yo sé que todavía está ahí, siempre, y cuando puedo le dejo una botella de ginebra y un atado de Particulares.

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