miércoles, 20 de julio de 2016

MI PERRO PIPO

Flaco, demasiado, como en el tango de Discepolín,
una tarde te vi echado en una vereda del barrio.

No podía detenerme -¡estúpido!- y seguí...
pero casi de noche otra vez y ya murmuré tu nombre.

Te convencí con un buen pedazo de carne
y apenas pudiste llegar hasta mi casa.

No sé porqué, al ver casi tus huesos,
creí que solo me esperaba acompañar tu muerte.

¿Quién podía abandonar a semejante dios,
tan desamparado y hermoso en este mundo miserable?

A los pocos días resucitaste, imponente,
¡oh, Pipo, nada se compara a tu torpeza y tu corazón!

Ahora, todas las noche salimos al fondo,
meamos juntos y las estrellas envidian nuestra felicidad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario