MI PERRO PIPO
Flaco, demasiado, como en el tango de Discepolín,
una tarde te vi echado en una vereda del barrio.
No podía detenerme -¡estúpido!- y seguí...
pero casi de noche otra vez y ya murmuré tu nombre.
Te convencí con un buen pedazo de carne
y apenas pudiste llegar hasta mi casa.
No sé porqué, al ver casi tus huesos,
creí que solo me esperaba acompañar tu muerte.
¿Quién podía abandonar a semejante dios,
tan desamparado y hermoso en este mundo miserable?
A los pocos días resucitaste, imponente,
¡oh, Pipo, nada se compara a tu torpeza y tu corazón!
Ahora, todas las noche salimos al fondo,
meamos juntos y las estrellas envidian nuestra felicidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario