VOCES
Don Lorenzo había escrito, por lo menos, mil poemas; una pena, los perdió a todos. Mejor dicho, se los quemó su familia. Ahora solo le quedaban algunos dientes y cada vez que contaba un chiste los mostraba para reírse con más fuerza. Podía conversar sobre Sócrates, Sartre, kierkegaard y su admirado Macedonio; también había leído a Freud, aunque prefería a Jung. Internado desde los dieciocho, ya pasaba los setenta y acostumbraba a tomar el mate frío. Desde chico -igual que su padre- Don Lorenzo escuchaba voces. No lo podía explicar, era así, era horrible. Así que yo solo lo escucho, me dejo llevar por el desvarío erudito de sus palabras a la sombra del árbol mayor sin hacer ningún comentario. A veces tengo miedo de confundirme con una de esas presencias que irrumpen en su silencio, otro fantasma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario