SIESTA
Al terminar el almuerzo, después de las medicaciones,
todos al pabellón a dormir la siesta.
Los pasillos parecen fríos,
las paredes ciegas,
el andar de las enfermeras,
los médicos apurados;
apenas unas voces despiertas
que esperan el horario de los cigarrillos
y volver otra vez al patio.
Son varias las horas sin duración,
un minutero sádico.
A veces solo quiero gritar,
ese estruendo mundo de Cesar Vallejo,
pero estoy sentado en la sombra,
mis ojos trepan las rejas y suben hasta el consuelo del cielo.
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