lunes, 10 de octubre de 2016

A CECILIA BERIAS


Será una manera tonta de creerme una variante de Proust
o apenas otro de mis inofensivos juegos literarios;
no lo sé ni me importa, pero siempre
-nunca falla- que escucho a Silvio Rodriguez oigo tu voz.

Además, los dos caminamos por Alem y la noche.
Vos usabas ese camperón de jean tan desteñido
y cantabas, desafinadísima, la de la casa y el sillón.
¡Cómo nos reíamos, Ceci, de vos y de mí...de todo!

Después, sentaditos en el cordón, había que esperar.
A veces me dabas besos con tus pestañas en la mejilla
o me inventabas rulos ridículos en la barba.
Y todo era real, como el último perfume de tu cuello.

Pero antes de tomar el colectivo, lo confieso,
necesitaba ver tus ojos: eran mi cielo mejor, el paraíso.
Así que ahora, aunque hayan pasado mil años,
ya sé, solo pongo esa canción y te tomo otra vez de la mano.

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