lunes, 8 de mayo de 2017

XVII

En las limpias luces de cualquier tarde,
absurdo, no puede evitar la rutina.
El hombre dispone los libros
en los soñados anaqueles:
el cuero, la tela, papeles sueltos.
Inútil, imagina un orden
y acaso confía en la magia.
El hombre, que está ciego,
demora el tacto de cada volumen.
Ya son, apenas, meros objetos;
lejanas huellas en la memoria:
perdidas felicidades del destino
Nadie puede ver eso que él no ve,
esa costumbre dolorosa de otro, su castigo.

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