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A cualquier hora, siempre vuelan gaviotas;
nadie se salva de existir.
Los ángeles del horizonte,
a veces, le arrancan las alas.
Y me crece el sufrimiento,
el silencio del sol bajo otro sol.
Apenas algún grito,
como la naranja en un niño,
detrás de ese metal de espanto
donde no hay directores:
la música es piedra y humo.
Ninguna huella en el cielo;
al mirar, solo viento de cenizas.
Por eso cuido que no se me caiga el amor.
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