VIII
Si existiera en el tiempo
cada día un símbolo,
y sentir en el sueño la vigilia.
Algo más que el café,
la rutina de su olor
tan lejano como la piel.
O los oros del otoño
al mirar la tarde,
sus huellas y su agonía.
Al menos ese rostro
que pasa y queda y es cristal,
oscuro como de lluvia.
Pero solo es otro engaño,
los versos y el olvido:
la atroz maravilla del enigma.
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