LAS CAÑERÍAS DEL IDIOTA
Al idiota le fascina abrir todas las canillas.
Aunque se resiste a lavarse, su rostro se ilumina hasta las babas
cuando ve correr y correr el agua.
Al cerrarlas apenas puede contener los impulsos del llanto.
A veces se agacha a observar las cañerías.
Es probable que su cabezota sospeche algún vínculo misterioso
entre esos milagros tan cristalinos
y los rarísimos troncos de plomo que desaparecen en el suelo.
Será por este sencilla y absurda razón
que muchas veces en el jardín le disputa a su propio perro
el llamado de la sed en el sucio bebedero.
Pero todo termina bien; cuando gruñe el idiota, el perro espera su turno.
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