Un fresco abrazo de agua,
sus distancias abiertas.
Las voces tienen leguas.
El aire encariñado con el trébol
y el cielo rebelde.
Duras penas y alguna vez la dicha.
En las calles nadie,
solo el olvido y el sol.
Algún ocaso queda en la brisa,
sembrados y altos ceibos.
Los pájaros alegran el pueblo,
entre los jazmines
la vida agreste y los colores.
Ese rudo encanto despeja el alma,
sus islas y sus arroyos.
No es la luz de la provincia,
son recuerdos.
El regreso dulce de un canto.
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