martes, 21 de junio de 2016

EXCRITURA DE JORGE BARON BISA


Esa cara había quedado liberada para siempre de su dueña, podía transmutarse en cualquier nueva forma y dejaba atrás toda cultura o principio ordenador.El intento de un sentido que revelaba la vacuidad del horror y la locura.
Día tras día, desaparecían los colores y las muecas, y crecía un desierto perdido en la lejanía de la mirada. Nada podía entenderse en los restos de la carne, y eso era todo: la semilla del odio.
Ni siquiera era insoportable, apenas transcurría como cualquier historia, o todas las historias. Y con cada operación se alejaba aun más la escasez de lo humano: la cicatrices, o la esperanza.
Claro que no podía ser su madre, pero era su madre: el derrumbe constructivo de sus propios enigmas.
Inútil esperar un progreso o un cambio, apenas la habitual costumbre del abismo. Al fin de cuentas las tragedias son siempre un alivio, la consumación de un destino infantil. Y él era su hijo.
Pero de pronto todo se sale de quicio, y el descubrimiento es inevitable: así debe trabajar Dios.¿Hay candor cuando se acepta convivir con el mal? Ahora, todos los días, vomita esa cara que cae por el balcón.

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