KAFKA Y EL IDIOTA
A ese punto llegó el idiota.
Claro no lo sabe, nunca leyó a Kafka
y seguramente le importa menos que su perro
o el solcito que empieza a pintar el jardín.
Tampoco, al igual que con el idiota,
sabemos que pensaba Kafka al escribir, sin vacilar,
que a partir de determinado punto ya no hay regreso.
Y además, regresar a dónde...
Ahora la mañana es una palabra verdadera.
Solo es un nuevo día, otro o el mismo de siempre.
El idiota sonríe y babea, como Kafka conoce el mandato:
es preciso alcanzar ese punto.
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