domingo, 12 de agosto de 2018

BORGES

Solo supo esa inútil verdad, su auténtica ceguera, su bastón, sus bromas dudosas, su costumbre de ser un nombre. No se podía salir de ningún laberinto, posible o imposible, él los imaginó a todos. Incluso antes de saber que vivía en uno desconocido, único y fatal. Si hasta dudaba al cruzar el living del departamento, la tibieza de su gato, esas voces de su sangre, la aterradora biblioteca que era su falso paraíso. De todos modos nadie sabrá nunca si fue un hombre o un nuevo Dios, nuestro laberinto. Al morir, a diferencia de sus personajes, tampoco encontró la salida de la verdad; ni siquiera la revelación sin palabras de la nada.

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