Un bien día inventó la teoría del esquimal:
él solo quería vivir, y para siempre, en la lejanía del frío.
Todo debía ser blanco, ningún sol;
sus fuerzas contra el ser de las ilusiones.
Miles de jornadas, concentración y encierro;
a veces sentía que el olvido se derretía, las paredes.
Cuando creyó que podía, no pudo;
apenas se le congelaron el andar y las palabras.
Y aunque la nada crecía en los latidos;
ahí, la ventana y la misma indiferencia del limonero.
Ante el fracaso descubrió otro deseo, último:
ya no se mueve y mira, sin ver, el consuelo de la heladera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario