EXCRITURA DEL ALREDEDOR
Te envidio, Juanele,
y a las casi preguntas de tu río y tus sauces.
La orilla del suspiro
o el cielo en la tímida, liviana nubecilla.
Yo veo calle y avenidas,
y pasos rotos y el humo ciego de los autos.
Ni en el adentro...
solo el olvido del olvido del poder mirar.
Te envidio, y me hundo
en el remolino de angustia, seco, sin consuelo.
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