UN GORRIÓN IDIOTA
El idiota, otra vez más, se equivocó:
ese no era el edificio más alto de toda la ciudad.
Peor, desde ahí no veía a su pino.
Claro que él podía tirarse, ya nada le podía ocurrir.
Pero la velocidad de los automóviles,
la multitud que iba y venía sin detenerse, nunca,
tantas calles y avenidas, lo mareaban...
Prefirió bajarse de la cornisa y sentarse a la sombra.
Después de un rato apareció un gorrión.
Como él, andaba a los saltitos, seguro y tranquilo,
y lo miró y de pronto voló hasta desaparecer.
¡Qué idiota!, eso era lo que debía hacer: ser lo feliz.
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