viernes, 2 de junio de 2017

4

Ese carruaje nos llevaba tan solo a nosotros
y a la inmortalidad.

Pasamos por la puerta de una vieja iglesia,
su puerta cerrada.

Pasamos un río, desde la mirada del puente
vi la furia de las aguas.

Pasamos, aun puedo recordar ese instante,
el aire del ocaso.

El rocío ya caía, alrededor, trémulo y frío,
¿todavía es real?

Un caballo salvaje apareció en el camino,
sus ojos más que negros.

La luna apenas si se distinguía, sin brillar...
acaso nos vigilaba.

Nos detuvimos en esa casa parecida a un árbol,
con ramas y sombras.

Desde entonces transcurrieron muchos siglos,
o solo unos pocos días.

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