sábado, 24 de junio de 2017

11

Las lluvias peinan el espejo de los banqueros
y aumenta la agónica cotización del sol.
Ya se apuran los esqueletos del odio
aunque estallaron todos los relojes.
De pronto se pudren los grandes edificios,
vomitan sin piedad sus ventanas ciegas.
Pero un pueblo se yergue en mis frases,
todavía desea bailar en el gran terror.
Y en los márgenes lejanos del poema
la humareda de las tantas hazañas,
poco a poco, tizna a las historias perdidas.
Ahora los trigos salvajes invaden la ciudad,
crece la ferocidad celestial de los árboles
y las veredas se erizan de cactus.
Sí, la vida quiere subirse a las tempestades
para que al fin las nubes sangren lo más sagrado.

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