martes, 16 de enero de 2018

7

Éramos, apenas, seis o siete
los que oían el Ave María.
La escena era novedosa,
pero era la misma iglesia:
la voz, grabada, neutral,
para la oración sagrada.
Una y otra vez, ídénticas
las mismas modulaciones.
El rezo era un artificio,
una presencia de los parlantes.
Y sin embargo, ocurría,
aunque me resultara ajeno.
Yo pensé en esa pobre mujer,
sus inevitables nauseas,
los dolores del parto,
gemidos, sangre, mierda...
y el milagro de la vida.
Y a pesar del fastidio,
las palabras mecánicas,
pude sentir ese don del nacer.

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