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A veces, por las tardes
Dios les permite jugar a los ángeles.
Flameando en oro
hasta extinguirse en más púrpura.
Me encontré a uno,
justo en el recreo del colegio.
Una manzana en el árbol
y la brisa suave y alrededor el cielo.
¿Canté demasiado alto?
Igual me sobrepasaban los pájaros.
Pero miré en el adentro
y vi una herida profunda, sin sangre
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