UN PESSOA
No podía sentirse en ningún nombre, nunca;
a veces lo salvaba una mariposa.
O ese rojo furioso y triste al atardecer,
al cerrar lejana la mirada.
Inútiles los intentos, buscar algún diamante;
apenas cascotes mudos.
Solo en la piel, ahí, siempre, y su enemigo:
cada latido, un dolor.
No podía, ni la ayuda bendecida de silencio;
adentro, escondido, tampoco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario