EXCRITURA DE MILES DAVIS
¡Dioses!, que nunca nos falten tus chillidos,
al igual que la yerba,
los cigarrillos y un árbol en la ventana.
Claro que resulta indispensable
dejar libre a la lengua adentro de la trompeta,
aunque nadie comprenda nada
o justo por eso y por la felicidad.
Es que la palabra ya es un hartazgo,
sin la garantía de tu sonido;
porque así empieza el engaño,
desde la pantalla, el miedo y sus muecas.
Pero jamás vamos a olvidar
lo que el fondo y tu salida roban al silencio,
al aspirar y escupir con fuerza
el inevitable porque sí de cualquier vida.
Por supuesto, lo sabías desde siempre
y encontraste la fórmula:
eso que puede llamarse ser latidos de la música.
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