miércoles, 11 de abril de 2018

EXCRITURA DE LA CORDURA

Es rarísimo que pase un solo día
sin pensar un poco en ellos;
aunque solo estuve unas semanas,
de golpe, por cualquier motivo:
sus miradas rotas y sin fondo,
algún grito rabioso a la enfermera,
terror y pureza, sin palabras.
No es que lo pienso, están ahí;
por lo general en el patio,
perdidos a la sombra de un banco
con esos mates lavados y fríos,
largas horas esperando al cigarrillo.
Así se dividen el tiempo,
esa ansiedad y el humo efímero
y la ilusión de una comida rica.
Con ellos aprendía a dar vueltas,
una tras otra y no detenerse:
sí, todo era mucho más sencillo.
El amigable Tomás tenía sesenta,
más de la mitad internado;
me dijo que peor era el Borda,
que escribió más de mil poemas,
no sabe por donde andarán;
él todavía escucha esas voces,
igual que su padre, desde chico,
pero ríe con sus tres o cuatro dientes.
Raro, en cualquiera lugar, tan lejos...
ni un día, aun no entiendo la cordura.

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