EL PETIRROJO DE EMILY DICKINSON
Día tras día, inmóvil en la fría rama, el petirrojo. Ni siquiera su tic tic tic en las mañanas. Todo había terminado, se había ido Emily y para siempre. Claro que si seguía así...
Los pájaros, poco a poco, ya olvidaban su ínfima presencia.
Solo el melancólico ruiseñor comprendía su situación, entonces voló hasta la ausencia de la ventana y desde la vieja cornisa leyó en las hojas desparramadas en el escritorio.Volvió rápido, contento:
-Alégrate -le dijo-, ella te nombra.
Pero el petirrojo no se sorprendió, su plumas temblaban como el deseo de una palabra en el aire, apenas movió el color de su pecho y por última vez la luz de sus ojos recorrió la inmensidad del cielo:
-Soy feliz -murmuró-, pronto viviré en sus versos.
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