jueves, 6 de abril de 2017

EL PETIRROJO DE EMILY DICKINSON

Día tras día, inmóvil en la fría rama, el petirrojo. Ni siquiera su tic tic tic en las mañanas. Todo había terminado, se había ido Emily y para siempre. Claro que si seguía así...
Los pájaros, poco a poco, ya olvidaban su ínfima presencia.
Solo el melancólico ruiseñor comprendía su situación, entonces voló hasta la ausencia de la ventana y desde la vieja cornisa leyó en las hojas desparramadas en el escritorio.Volvió rápido, contento:
-Alégrate -le dijo-, ella te nombra.
Pero el petirrojo no se sorprendió, su plumas temblaban como el deseo de una palabra en el aire, apenas movió el color de su pecho y por última vez la luz de sus ojos recorrió la inmensidad del cielo:
-Soy feliz -murmuró-, pronto viviré en sus versos.

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