miércoles, 26 de abril de 2017

VERXIONES XIV

En el baúl de las excrituras se halló un manuscrito, inevitable y delator, de René Girard. En esta oportunidad no se trata de la versión de una obra, sino de la más que probable explicación, fundamentación y confirmación las ideas de Girard: la violencia sacrificial -propia del deseo mimético- que explica las conductas humanas y sus derivaciones religiosas, jurídicas, etc. En uno de los anaqueles de su biblioteca habría escondido, detrás de una vieja Biblia, un texto de Augusto Monterroso, y una confesión reveladora del original pensador cristiano. El contenido, que probablemente data de la década del sesenta, era el siguiente:
                               
                                    LA OVEJA NEGRA

                En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
                Fue fusilada.
                Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó un estatua
                ecuestre que quedó muy bien en el parque.
                Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran
                rápidamente pasadas por las armas para que las generaciones
                de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también
                en la escultura.

Debajo, entre signos de admiración, anotó el asombrado francés: "¿cómo logró este desconocido guatemalteco expresar mis enredadas investigaciones con más claridad, rigurosa precisión y en tan pocas líneas". Al parecer, Girard no pudo reprimir un impulso violento y arrancó la página de la fábula que contenía la esencia de toda su anterior y futura obra; primero la ocultó, después ya no pudo soportar su presencia... También él -humano al fin- necesitaba un chivo expiatorio. O mejor, en este caso, una oveja.

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