domingo, 30 de abril de 2017

VERXIONES XXV

En el baúl de las escrituras se halló un manuscrito, ¿el único?, de Jesús."Yo soy el que no soy", así comienza esta otra versión, aun viva de los evangelios. Oculta durante siglos, resguardada por las memorias, miles de testimonios anónimos afirman con fervor su trascendental autoría; los especialistas no se han pronunciado sobre el hecho; la Iglesia ni siquiera lo niega, no existen ese papel y esas palabras. En última instancia, y como debe ser, su autenticidad depende de la Fe. Inutil, claro está, cualquier comentario. Altísima, a pesar del momento de su composición, su calidad literaria; sin dudas, el manuscrito data de los momentos previos a la última cena. Notoria - ¿y sospechosa?- es la íntima familiaridad con el Inquisidor de Dostoievsky y el Teorema -aunque con otro resultado- de Pier Paolo Pasolini. Acaso debiera imaginarse a Antonin Artaud ante la certeza del sacrificio; o a San Juan de la Cruz frente al desierto de una crisis religiosa, sin la noche, sin el alma. Cada palabra celebra la verdad de la literatura, toda, en un pobre manuscrito. Dirigido a su Padre, el dolor y la piedad del mensaje anticipan los agónicos balbuceos en la cruz, una forma sublime de la súplica más que humana: "Señor, lo sabes, mi prédica ha sido vana, ya no quiero resucitar. Solo déjame ser un hombre: amo sus miserias" Sencillo, y también incomprensible, éste es el fin; o tal vez el inicio de una historia tan inefable y secreta que nunca pudo ser: la versión perfecta del infinito silencio.

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