martes, 11 de abril de 2017

EL MONITO DE CONRAD

En las tinieblas de la selva todos adoraban a Kurtz: su cabeza pelada ya se había convertido en la obsesión del valiosos marfil.
Todos, menos su único amigo: el monito.
Él se burlaba de la misión civilizadora de la Compañía: comía y cagaba sobre las brillantes ganancias del Imperio.
Por supuesto, Kurtz se volvió completamente loco.
Antes del final, mientras saboreaba una banana, el monito despreocupado le murmuró la palabra en el oído: Horror.
Luego, largó una profunda carcajada y trepó hasta la luz de cualquier árbol.

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