miércoles, 1 de marzo de 2017

EXCRITURA DE CHARLES PEIRCE

No son ninguna pavada, y menos un delirio
las tricotas de Carlitos Peirce.
De última, si estaba un poquitín chiflado,
peor es la sensatez de los necios;
esos que nunca pueden admitir
que solo se conoce cuando se siente el amor.
A la deriva de sus paseos, el mundo,
infinito, se abría al juego de los signos:
el misterio de sus correspondencias,
arbitrariedades, esos continuos gestos mudos
que desbordan el acuerdo del sentido,
su escaso consuelo en el abierto devenir.
¿O acaso no sorprende el saber
que no es real la sustancia del sueño,
pero que el hecho del sueño es real?
Por eso la primeridad, y la segunda y la tercera,
también sirven para los días fríos,
los inviernos más oscuros
y terribles como la mismísima muerte.
Y para esa potencia -la determinada y la otra-,
que convierte en maestra a las experiencias,
cualquier instante en el adentro:
a cada latido en el andar, hábitos y azares: la vida.

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