LA IDIOTEZ DE LA EXCRITURAS
Después de tantas y idas vueltas,
las excrituras reconocen que no entienden a su idiota.
Nada que ver con el de Dostoievski
y menos aun con el, utópico y asexuado, de Libertella.
Tampoco importa demasiado su sentido.
O precisamente en esa resignación puedan hallar la respuesta inútil.
Solo que, al menos, querrían definir su identidad,
esa señal en el fondo luminoso de sus ojos.
Por supuesto, ajeno a estas cuestiones,
el idiota se limita a seguir despreocupado con su existencia.
Y vive en una paloma o un limonero irreal o un bollito de papel:
cualquier ser con tal de ser, siempre, otro ser.
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