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Siempre la sed ancestral de algún delito
me abandona ebria de la nada;
y así aguardo, rabiosa,
como un sueño de la niña perdida.
Me llaman todas las sombras,
aunque veo a la cebolla de la luna.
Yo soy la voz del gran salto
bajo los pasos de tus nombres;
la obra maestra del infierno:
el miedo de la ausencia muerta del amor.
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