sábado, 1 de julio de 2017

19

Alguna vez cruzamos el desierto del sol, sus amores, todavía vivos.
Hace mil años abandonamos el último beso
y la ternura de caminar en la niebla.
Ahora silban las serpientes petrificadas,
los despojos secos de la sangre
en los ataúdes de la indiferencia y el odio,
como un infierno sin sus condenas,
ni siquiera abrazadores suplicios
o carnes heridas por las pasiones bestiales.
Los mares ya ciegos miran nuestras sombras,
porque olvidamos a la palabra aventura.
Solo a veces caen pedacitos de eternidad, frases sueltas, un ser y nada.

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