lunes, 2 de septiembre de 2019


PRÓLOGOS

En el siglo XIX aparecieron dos prólogos -hoy imposibles de escribir- que creo, aun no logro descifrar el motivo, anticipan el vínculo de la civilización occidental, su avance devastador, y el ocaso de una auténtica cultura humana. Me refiero a Soren Kierkegaard en Temor y temblor y a Charles Baudelaire en Las flores del mal. Cada vez que los vuelvo a leer me resulta imposible evitar sentir una sensación de derrota definitiva y, al mismo tiempo, una esperanza idiota. Incluso, a veces, tengo que hacer un esfuerzo para alejar la verguenza o acaso el ridículo de esos vaticinios tan precisos como inservibles, los veo a ambos desnudos ante el mundo que, conteniendo las burlas, les arroja unas mantas sucias para tapar sus almas.Ya resulta inútil la maldición al lector de Baudelaire, del mismo modo que la terrible primera oración de Kierkegaard: "Nuestra época está organizando una verdadera liquidación no solo en el mundo de los negocios, sino también en el de las ideas".Más aún, me sentiría un estúpido sin comentara sus palabras y mis preocupaciones, ¿para qué?. De algún modo, en este siglo, carece de valor la hipocresía y la fe,-apenas mercancías que regula el mercado-; aspectos que se expresan en los prólogos. Sería una lista interminable señalar, para acompañar este intento de pensar, la larga lista de advertencias -de todo tipo- que al igual que el fervor y la rabia de Kierkegaard y Baudalaire se perdieron en el viento mudo de la indiferencia. Quizás, mi incomprensión, se puede explicar porque nuestra época ya no admite ningún tipo de prólogo, tan solo es posible esperar un epílogo para escapar de la historPero tampoco... Todo sabemos que son mucho más efectivos los carteles inmensos con slogans ingeniosos y simpáticos que surgen al costado del camino que, se sabe, no tiene ningún destino, ni siquiera el abismo.

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