LA GRAN REVELACIÓN
Sus rigurosos biógrafos no tienen dudas,
además lo saben todos.
Nadie lo puede negar,
ni siquiera sus discípulos,
obedientes y rebeldes,
aunque no entendieran nada.
Pudo ser una venganza
o acaso un acto de justicia.
Pero justo antes de morir,
-bastante desconcertado,
entre el espanto y la culpa-,
el gran Hegel se miró en un espejo
y vio, sonriendo, al gran Keith Richards.
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